domingo, 31 de octubre de 2010

Son de ...

Con una pinza en la boca Watling colgaba sus braguitas empapadas en el cordel, también mordía naranjas con ganas, nunca les quitaba la piel.




La mirada hacía las nubes (con fondo azul)
y el suspiro profundo con los ojos cerrados (se suele hacer)
te pintan la faz. (garantizado)
Son laberintos las calles de aire, (si te adentras)
tan blancas, (tan blancas)
tan efímeras (para mí).


Y pudo ser de cualquier manera, pero el sol que no respeta horarios por estas latitudes afloja los ritmos y obsequia diplomaturas ...en pasiones.





El mar, el mar, el mar.
Jtown


FACTICIUS

En el argumento extenso de la siesta, me despertó la voz de un señor explicando la inalterable jerarquía de las hormigas. Éramos varios los que disfrutábamos a trozos de aquellos sofás y manteníamos el mismo denominador común, el cansancio de una importante resaca. En el dilema de este señor entre singularidades de las diferentes familias de los insectos, mi sed aumentaba con tanto color terrizo en la pantalla y no me quedaba otra, apartar con suavidad a Ana y arrastrar mis pies que aprisionaban brazos y piernas de Carla y Oscar hasta salir del sofá. Es increíble como un estado de post-embriaguez puede dejar cao al cuerpo humano hasta la no molestia de ningún tipo de ruido o movimiento, estoy seguro que si estuviera cayéndose el techo, aquí nadie movería una pestaña para pedir auxilio. Con mis pequeñas dificultades al disminuir los golpes sonoros, llegué a la cocina alcanzando la botella de agua fría que deje, abierta y vacía, sobre la encimera de madera oscura.
La cocina comunicaba casi frente por frente con el cuarto que ocupaban Rosa, Carla y Ana, que habían dejado ropa en el suelo, y que pude ver, pues la puerta estaba totalmente abierta. Mi mente hizo un pequeño amago de volar cuando sobre la esquina del colchón, que estaba tirado en el suelo, se enroscaba sobre sí misma una prenda minúscula de color blanco. Entré con más sigilo aún y palpé el trozo de tela de algodón, mis dedos rozaron cada centímetro de aquella maravilla suave llevándomelo a la nariz hasta en tres ocasiones. Miré en cajones, armarios y vestidores, me sentía un espía del morbo y tocaba y olía los objetos femeninos hasta sacarle, como los entendidos en vino, la más mínima comparación a cualquier elemento que daba sentido a la existencia de mi olfato.
Atribuía este tanga a Carla, aquellos Culotes a Ana y este magnífico sujetador a Rosa que encajaba con esta talla. Mi vista, marcó un enjambre plasticoso, imitando a un baúl de madera que tendría que ser, no, que era, el cesto de la ropa sucia. Eran numerosas las prendas íntimas femeninas que colgaba sobre mi cuerpo, y no pude más que usar mis sentidos para imitar situaciones casi igual de placenteras que los actos que imaginé.
Pude, y no me arrepiento, lamer el sexo abultado de Carla a través de sus encajes, vi perfectamente a Rosa como subía y bajaba rozándome sus costuras por mi miembro mientras manchaba de saliva el suelo. Ana abría con ambas manos sus nalgas y acompañaba frente al espejo cada embestida con dibujos de vaho.
Era un éxtasis silencioso, un mar de olores que inhalaba aguantándolos en mi boca…
-¡Joder!
Carla me llamaba desde el salón con voz cansada pidiéndome un poco de agua.
Con la boca de nuevo seca por el susto, y una vez deshecho de todas las prendas, le llevé un vaso colmado despacio. Su todavía adormilada cabeza no daba cuenta que derramaba el agua mientras bebía, cayéndole en los pechos brillantes de sudor .
Con el mismo cuidado que con el que me levanté, volví a acurrucarme entre Ana como si nada hubiera pasado, deje caer con suavidad mi mano entre los muslos calientes de ésta, eran las cinco de la tarde, ni un rayo la hubiera despertado.


Jtown

jueves, 7 de octubre de 2010

No tocar

La macerada idea se distraía a golpe de un color blanco y con aspecto duro que mostraban las piedras del jarrón. Tenía el tiempo, las o mas bien la herramienta, y algo mas de empuje exterior que ganas de ejecutarlo. Mi vida en éste ultimo año había sido controlada y aburrida, pero no por ello me tendría que entregar, como lo estaba haciendo ahora, a la cruda materia gris que unían varios elementos de cuidado. Materia gris, que reunían con poca frecuencia, pero había sido anudada con una sola palabra repetida cientos de veces. El caos.
Situación caótica, caos total, al borde del caos, eran frases que habían sonado tanto en mis oídos (que no en mi cabeza), que habían ocasionado una perforación en el músculo orgánico que encoje y padece en estos casos. Mi corazón.
Embalsamado como un cebo, y no sigo porque no son letras mías, seguía mirando los huecos oscuros de las superpuestas piedras del cilindro de cristal, tan blancas y tan duras, tan blancas, no grises, tan duras, no blandas.
Tan blancas, tan duras.....

Madre mía, a la mierda todo... a la mierda las frases hechas, a la mierda los acumulados pensamientos de los demás, a la mierda las mentes ignorantes, las coloreadas y las básicas frecuencias de sus oídos. A la mierda la astucia comprada, el valor de los guardados por la espalda y la intrínseca hipocresía que ya adornaba vuestras cunas.

Viva el silencio y la paciente espera, porque nos hará decir palabras diferentes.



Jtown

lunes, 4 de octubre de 2010

¿Y mi oportunidad?

Soy profesora de Educación Infantil y he inventado una nueva asignatura en clase. Dura apenas cinco minutos y la tengo encuadrada entre las 13:55 horas y las 14 horas de viernes.
La tengo ese día por la gran libertad que aporta el viernes. El último día de la semana para ellos es como la combinación de algo muy trabajado, y aunque les guste más o menos venir al cole, el viernes a las dos de la tarde es como el comienzo de algo muy merecido.
En esta nueva asignatura, por supuesto no evaluable, me detengo a observar tranquila y desde otro rol, que no es el de profesor/a, a mis alumnos/as.
Los niños hacen y deshacen lo que quieren en este rato. Dibujan, juegan, hablan, planean. Sostienen sobre sus manos sus mayores virtudes y demuestran que su historia tras el edificio escolar no puede arrebatarle lo que más llevan dentro, sus cualidades.

Tras mi mesa, me detengo hoy casi plenamente en Mario. Mario no es el más inteligente, ni el más educado, ni el más puntual, pero dibuja como nadie el color del cielo, la esponjosidad de las nubes o el ladrillo mojado de las mañanas de otoño.
Mario no desaprovecha la asignatura para crear, ordenando sus pinceles, que por ahora tienen sólo puntas de grafito. Es un pequeño genio, una estampa de virtuoso que le puede llevar a hacerse grande, a la dedicación plena de artista.
Pero llegan las dos y mientras la sirena apura su eco él recoge con lentitud y me hace mi viernes triste con su corta sonrisa de mueca.
Fuera quizá le espere su padre, o nadie. Quizá prolongue su estancia junto a mí hasta ver aparecer a su ángel, al que él llama abuela.
Su vida en familia es incierta, no sabe qué tiempo se encerrará su padre en el dormitorio de “no molestar”. No sabe si cenará caliente, si desayunará sólo o si saldrá de casa sin que nadie pregunte. No sabe si su madre existe o es solo un sueño que le visita su cabeza.

Ojalá me equivoque, pero Mario será un escalón ausente, un brillante sin pulir, un vacío de ilusiones, un lamento duradero, un renglón torcido.
Mario pintará nubarrones sin apoyo, sin camino aconsejado, sin zapatos bien puestos.
Mario seguramente luchará sólo y olvide pronto su asignatura del viernes porque su padre le suspendió para siempre.


Jtown (12/08)