Había una vez una niña, pequeñita como cualquier personita que se pone de puntillas para alcanzar cada cosa. Pequeña como las migajas que se quedan duras en las esquinas de las casas ocupadas por ancianos que ya no les alcanza tanto la vista.
Esa niña quería ser mas grande, sumar tantos centímetros como para llegar a todas las cosas sin tener que ponerse de puntillas, pues le fastidiaba, odiaba hacer ese esfuerzo tan solo para poder coger una magdalena o unas fresas.
Paso el tiempo, y la niña evidentemente creció y dejó de tener que ponerse de puntillas para tomar entre sus manos los objetos. Ahora sin embargo, tenía que agacharse muchas veces a lo largo del día para coger lo que estaba a ras de suelo, y la niña no tan niña se quejaba de lo que le fastidiaba doblar la cintura tantas veces.
Un buen día esta niña se canso y decidió no coger nunca nada mas, así no tendría que agacharse ni ponerse de puntillas. Entonces pasaron a su lado sartenes, frutas, llaves de coches, bolsas de verduras, novios, flores, joyas, sillas, televisores...
No disfrutó un montón de cosas, ella dice que disfrutó mucho mas de otras, quien sabe. Lo que nunca se le pudo negar es que hizo... lo que verdaderamente quiso.
Eso parece, pero yo creo que se perdió parte de su vida, ¡una lástima!!
ResponderEliminarBesicos muchos.
Libertad... dónde empieza y dónde acaba...
ResponderEliminarY quizás eso sea, a fin de cuentas, lo más importante... ¿o no?
ResponderEliminarBesos
Vale... prometo que me pongo a leer los pendientes... casi todo el blog, seguro
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