Decían que era nuevo en el lugar, que llevaba poco equipaje y que la mirada era extraña: mitad dulce, mitad atormentada (las lugareñas tenían un sexto sentido para descifrar las miradas recién llegadas, de eso no me cabía ningún tipo de duda).
Yo no había reparado en que existía, mi maleta andaba demasiado llena de vicisitudes últimamente y el calor sofocante de mi vivienda me derretía el instinto, el sentido común y hasta la vista. Dibujar frente a la iglesia se había convertido en mi objetivo diario, la gente que pasea por allí es variopinta y no suele tener nada que ver conmigo y, eso, es lo que busco (uno de mis sueños). Así que si él, el viajero; llevaba muchos días allí, mis pupilas y mi psique andaban tan distraídos que ni siquiera habían escuchado a los viejos cuchichear y elaborar tesis magistrales acerca de su procedencia.
El martes que descubrí que existía, era un martes plástico, un día absurdo en los que dibujar resultaba tan extrañamente imposible que sólo quedaba mirar al infinito, esperando que el azul cian se uniese a los ocres; eso o correr despavorida buscando los recuerdos, las razones por las que me mantenía aquí… Y eso, no formaba parte de mi plan. Así que en mi gran acto de otear el horizonte y cuando más ensimismada me hallaba, descubrí que alguien me acompañaba el gesto. A mi izquierda un hombre de talante serio y zapatos gastados miraba el mismo infinito que yo, dejando su labor un instante para dedicarme una sonrisa y seguir elaborando colores abstractos en la inmensidad de lo que nunca acababa…
Cuando intuí que acabó porque la luz embebía sin dar cancha; se levantó, agarró su mochila con una mano y me dedicó la mirada más libre que nadie, jamás, me había regalado.
No supe más de él, ese día desapareció. Busqué como loca, alguna pista, una sola que me llevase a él y pudiese concederme el honor de regalarme su nombre. En mi búsqueda, sólo una mujer de moño blanco y delantal negro supo decirme el nombre: “EL ALADO”…, lo llamaron así porque creyeron que marchó volando.
Yo me empeñé en saber dónde estaba, soy perseverante y casi nunca me acuerdo de que hay cosas que jamás podré lograr; pero cuando volví a mi sitio, el de la iglesia… supe que “EL ALADO” se fue volando, no podía hacerlo de otra forma; se marchó libre hacia el norte, él también tenía recuerdos magenta y los dejó escritos en el resto de dibujos que me quedaron por hacer y en todos y cada uno de ellos, aparecía su nombre sesgando los cielos, atravesando rostros, apaciguando dolores. La libertad se escapaba de mis pinceles como escapó de ese rostro extraño, mitad azúcar, mitad tormenta.
(Mariapahn)
Yo no había reparado en que existía, mi maleta andaba demasiado llena de vicisitudes últimamente y el calor sofocante de mi vivienda me derretía el instinto, el sentido común y hasta la vista. Dibujar frente a la iglesia se había convertido en mi objetivo diario, la gente que pasea por allí es variopinta y no suele tener nada que ver conmigo y, eso, es lo que busco (uno de mis sueños). Así que si él, el viajero; llevaba muchos días allí, mis pupilas y mi psique andaban tan distraídos que ni siquiera habían escuchado a los viejos cuchichear y elaborar tesis magistrales acerca de su procedencia.
El martes que descubrí que existía, era un martes plástico, un día absurdo en los que dibujar resultaba tan extrañamente imposible que sólo quedaba mirar al infinito, esperando que el azul cian se uniese a los ocres; eso o correr despavorida buscando los recuerdos, las razones por las que me mantenía aquí… Y eso, no formaba parte de mi plan. Así que en mi gran acto de otear el horizonte y cuando más ensimismada me hallaba, descubrí que alguien me acompañaba el gesto. A mi izquierda un hombre de talante serio y zapatos gastados miraba el mismo infinito que yo, dejando su labor un instante para dedicarme una sonrisa y seguir elaborando colores abstractos en la inmensidad de lo que nunca acababa…
Cuando intuí que acabó porque la luz embebía sin dar cancha; se levantó, agarró su mochila con una mano y me dedicó la mirada más libre que nadie, jamás, me había regalado.
No supe más de él, ese día desapareció. Busqué como loca, alguna pista, una sola que me llevase a él y pudiese concederme el honor de regalarme su nombre. En mi búsqueda, sólo una mujer de moño blanco y delantal negro supo decirme el nombre: “EL ALADO”…, lo llamaron así porque creyeron que marchó volando.
Yo me empeñé en saber dónde estaba, soy perseverante y casi nunca me acuerdo de que hay cosas que jamás podré lograr; pero cuando volví a mi sitio, el de la iglesia… supe que “EL ALADO” se fue volando, no podía hacerlo de otra forma; se marchó libre hacia el norte, él también tenía recuerdos magenta y los dejó escritos en el resto de dibujos que me quedaron por hacer y en todos y cada uno de ellos, aparecía su nombre sesgando los cielos, atravesando rostros, apaciguando dolores. La libertad se escapaba de mis pinceles como escapó de ese rostro extraño, mitad azúcar, mitad tormenta.
(Mariapahn)
¡Gracias por el regalo!
ResponderEliminarOstras María, vaya regalito que me has preparado, no sé si decir gracias, pero si diré que andas inspiradísima, acertada y enorme, pues me encantó... y sabes que no digo esto a menudo.
ResponderEliminarJ
¡Que preciosidad niñaaaa!
ResponderEliminarMe gustan los colores, el paisaje, "EL ALADO" y por supuesto, lo que sale de tu cabecita y de tus manos.
Bonito relato y bonito dibujo.
Besicos lindura.
Hay encuentros así, efímeros..: que, sin embargo, nos marcan
ResponderEliminarJ: ¡Gracias! A "El Alado" no lo inventé yo, así que no tiene tanto mérito... y ¡si! ando inspiradísima, ya lo sabes ¡hay que aprovechar! para cuando el pico esté abajo... un besico pa tu cara bonica de muchacho alegre!!! ole!!!
ResponderEliminarCASITA: Eeeeey ¡que pareces mi madre con tanto piropo! jajajaja ¡gracias guapa! ya sabes que de un tiempo aquí los musos se portan conmigo ¡yuju! Más besos para ti.
MARIO: Me atrevería a decir que son los que más marcan. Una mirada fulminante y ¡zas! ya tiene toda tu obra nombre...jejeje Tengo ganas de echar una parrafadita niño!!! a ver si coincidimos. Besos