He descubierto donde se esconden los caracoles en verano, he descubierto ese autentico secreto que se preguntan tantas personas. En un principio pensé que se secaban, que permanecían secos dentro de su concha agarrada a unas ramas o boca abajo en cualquier piedra. Mas tarde opté por creer que marchaban,no muy lejos, con su velocidad propia de la paciencia. Pero concluí: Están aquí, en este escrito, o en las veces que los recuerdo. Otra opción no cabe, no existe. Volverán por primavera, cuando tantos los solicitan.
Pasar la pared nunca fue lo mas sencillo para mi. Por ello fue que me lo propuse cuando mas ausente estaba, cuando mas había bebido. Diría que el color azul me inundó el pecho, las axilas hoy no quisieron sudar y los mas astutos movimientos atracaban en mi cerebro que dejó automaticamente de trabajar. Lo invisible estaba lejos, el suelo tomaba temperatura hirviente, las caras inútiles en expresión aparecían tan rápido que mezclaban ojos, bocas, penas... Yo no puedo mas. Creo
Miro por la ventana de la cocina mientras Lucy con solo el delantal puesto prepara un gazpacho. Ha pelado muy bien los tomates y no contenta con ello, los ha lavado después. Corta a trozos grandes todas las verduras y las echa, ayudándose de las manos y el cuchillo, en el vaso grande donde hará la mezcla. Sal mas aceite y un chorreón de limón en lugar de vinagre... ¿una duda Lucy?¿Porqué has mordido el pepino antes de añadirlo? Lucy no contesta, pero vuelve a anudarse por detrás su delantal.
En la novena fila, contando con ésta, la mía, hacia adelante, se ha colocado una expectacular rubia que solo hace mirar hacia atrás. Me ha preguntado si estaba solo, con la mirada, si le gustaba, con la mirada, si le iba a sacar de allí, con la mirada. A todo le he contestado con un si.
Yo solo le hice una pregunta, con la mirada: - ¿Cómo ha finalizado la película? Y ella me dijo: - ¡No lo sé! a voces.
Me queda el recuerdo, poco más, el recuerdo de los olores (como siempre) y de la intensidad de la luz encima de mi cabeza. De aquellos veranos, hoy, ya no queda nada físico; pero en mí queda todo, es más, creo que lo que soy tiene mucho que ver con aquellos veranos en La Dehesilla; cuando todo era más mediano que ahora, cuando casi nada era tan importante como yo creía y cuando el verano todavía duraba tres meses.
Especiales fueron, sé que la memoria aquí no magnifica casi nada. Esos veranos estaban fabricándose poco a poco de ganas, de esperanza, de tal vez, felicidad. Había planes, esos que luego van saliendo al revés y perspectivas a largo plazo, esas que duran lo que duran los sueños: mucho o casi nada.
Comer sardinas a media mañana y carne o arroz para almorzar, embadurnarme el cuerpo con el líquido que desprendían mis enormes bocados a la raja de sandía para acabar en la piscina con Rafa, descubriéndonos en los “ahogaillos” y las charlas… todo esto bajo el aroma familiar de la familia que no lo era y de la que sí llevaba mi sangre. Veranos cálidos como no los habrá jamás, lo sé , pero que a la vez embellecen mi memoria cada vez que los traigo conmigo, a través de una media sonrisa compartida con los que fueron y ya no son.
Tengo mil sensaciones si imagino la soledad de la siesta; primero sola en el filo de la piscina, con los pies dentro del agua y las quemaduras solares haciéndose un hueco en mi espalda, mientras esperaba que pasase el tiempo de la digestión. Se hacen más intensas si adelanto el reloj y adelanto unos años, cuando la siesta la compartía con él y hablábamos de sus líos, de los míos… al final, fueron los nuestros, los comunes, los compartidos… Y hasta las noto, si aminoro el paso y sólo dejo que transcurra la tarde después de esto… y en la noche me siento en una hamaca para tener que enroscarme en una toalla y apaciguar los tiritones que me ha dejado la insolación… ahora aparece mamá echándome “After Sun”, las mágicas manos de mamá… , eso también forma parte de estos momentos.
Pero si me estanco y me centro en algo concreto me hago un favor y me regalo el recuerdo de una guitarra bien “templá” cuando la tarde caía y Alcalá dejaba entrever el aire refrescante que despedía al sol de las insolaciones. Los pies descalzos y las piernas embadurnadas en arena y cloro y los ojos enrojecidos de mirar lo que no se debía mirar bajo el agua contaminada de química y pipí de los pequeños. Me quedo con las manos entrelazadas debajo de la toalla, disimulando las caricias sin pudor. Me siento de nuevo debajo de aquella atalaya y revivo todos y cada uno de los veranos de la Dehesilla, al fin y al cabo, eso es lo que queda de las risas, las tardes, las sardinas y el arroz, de las prisas por crecer y de las broncas por soñar, de las excursiones y el sol; de todo lo que el recuerdo no ha engrandecido y todavía consigue hacerme sonreír… es más, quizá todo esto sea la magia.