En la abundancia hay facilidad para rechazar, vaciar, lanzar o abandonar lo que no necesitamos, la cuchara bien llena y antes de llevárnosla a la boca, derramar de nuevo en el plato lo que con tanta normalidad hemos acumulado.
La afianzación de creer tener el poder de ni siquiera pararnos a conocer, para dejar el plato ese "coulís" que sin miramientos enjuiciamos y a continuación condenamos a la parte sucia del cubo de la basura (que curiosamente creemos siempre que es de los demás, pues la nuestra nunca, nunca huele), nos hace limpios y autoelevados en el conocimiento de con que elementos se hace la mejor sopa, cuales son los granos mejor escogidos o tostados o pasados por la batidora de cualquier denominación de origen.
Bien, pues así llegamos a una cosa que sin habérnosla siquiera planteado se llama "discriminación selectiva", no por raza, ni por agrupación, sino por orden de nuestros abiertos y sabios ojos, que sin mandar órdenes de otro tipo que no sea el visual, selecciona personas que no pueden o deben entrar en plato del que nos alimentamos, convirtiéndolos, así, por las buenas, en trigo, soja o mijo sucio.
A Txemita, por llenar el ojo antes que la tripa
Jtown -cereal sin determinar-
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